Manos de seda y corazón de león

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Desde el comienzo, aprendió a olvidarse de las cosas malas y sacar de ellas las mejores enseñanzas, aprovechó cada oportunidad y, por tanto, la vida le deparó un futuro lleno de experiencias, estudios y conocimientos.

Entre bisturíes y anestésicos, ha consagrado su vida a la entrañable labor que desde muy joven realiza, como integrante del ejército de batas blancas. El doctor Rosell Batista Feria, especialista de II Grado en Cirugía General y jefe del Departamento de Docencia e Investigaciones del Hospital Clínico- Quirúrgico Lucía Íñiguez Landín, cuyos 20 años de historia ha contribuido a escribir, es ejemplo de consagración y amor al paciente.
Aunque no es el mismo joven de hace dos, las facetas en las que se muestra son parte de su gran profesionalidad. Hoy vincula sus grandes vocaciones: la cirugía y docencia, brindándole sus conocimientos a las nuevas generaciones de jóvenes médicos, que serán el futuro de la medicina en Cuba.
En el año 1982, Rosell junto a otros 300 holguineros se incorporó al primer destacamento médico Carlos J. Finlay, por medio de una convocatoria realizada por el Comandante en Jefe Fidel Castro con el objetivo de revolucionar la medicina en nuestro país. “Con él estuvimos todos los pioneros de ese grupo en La Habana, momento que nunca he podido olvidar”.
“Fuimos los primeros en usar el uniforme azul y blanco en la carrera de Medicina y desde entonces nos comenzaron a identificar como estudiantes de Ciencias Médicas. Fidel dijo que el Contingente iba a ser internacional y no se equivocó, pues más del 90 por ciento de los graduados en ese momento hemos cumplido misión en diversos países .”
En su etapa de estudiante, le llamó la atención la especialidad quirúrgica. “Observar cómo los profesores operaban al llegar pacientes politraumatizados y graves al Cuerpo de Guardia, me despertó cierto interés por la cirugía, que con el paso de los años fue creciendo hasta convertirse en mi gran pasión”.
Muchos no llegaron a convertirse en cirujanos, tal vez por miedo o por motivos desconocidos, pero él aceptó el reto y lo ha asumido de manera satisfactoria. “Es una especialidad muy completa, pues el galeno debe formarse muy bien, prepararse físicamente y tener conocimientos integrales de todas las especialidades de  las Ciencias Médicas.”
A ella le dedica la mayoría de su tiempo y no duda en catalogarla como arte, “por todo lo que debe hacer el profesional con sus manos para poder curar el padecimiento de un enfermo. Va más allá de sentarse en una consulta, realizar el examen físico y dar una receta, llegamos a un segundo momento con los pacientes, es decir, el acto quirúrgico y eso la hace muy importante”.
Tiempo después de su graduación, Rosell fue ubicado en Sagua de Tánamo en pleno Periodo Especial, tiempo de condiciones complejas y muy difíciles, situación que le ayudó en su desarrollo como persona y profesional de la salud.
“Fui a trabajar por dos años y terminé haciendo seis. Le agradezco al hospital municipal Juan Paz Camejo mucho de la formación que tengo hoy. Me permitió la continuidad de los estudios de mi especialidad y allí se me dio la oportunidad de desarrollar una labor bastante amplia”.
Cuando llega al “Lucía Íñiguez”, en febrero de 1998, se encuentra un hospital que nacía. Junto a la también cirujana Nersa y otros colegas, comienza una ardua labor en la parte organizativa de los servicios de la nueva institución, no solo de la parte quirúrgica, sino en todo lo que precisara un momento tan determinante.
Recuerda que no hay otro hospital en el país que haya comenzado con tanta tecnología novedosa desde sus inicios y que primero arrancara con la cirugía de mínimo acceso en vez de la convencional. “Nuestro primer quirófano lo armamos nosotros mismos  pues subimos por las escaleras los equipos y el instrumental, porque en esos momentos aún no estaban instalados los ascensores. Raspamos pisos y pintamos paredes, pero todos satisfechos, porque se vio el resultado en la primera cirugía practicada. No se me olvida: fue una operación de litiasis vesicular y salió muy bien.”
Reconoce que después que comenzó en este hospital,  “no volví a ser el mismo de antes: me entregué y aprendí tanto, que ya es parte de mi vida que no puedo dejar atrás. Cuando llegué supe que iba a ser para siempre”.
La otra gran pasión del doctor Rosell es la docencia: “A mis estudiantes les enseño cómo actuar sin miedo, aunque con mucha seguridad y cuidado, porque se pueden provocar daños, pero para lograr vencer el miedo hay que tener una base sólida de conocimientos científicos, teóricos y prácticos y a la hora de entrar al quirófano debe tenerse corazón de león y manos de seda.”
Como parte de esos grupos de médicos cubanos que han llevado hasta los lugares menos insospechados la medicina cubana cumplió misión internacionalista en Honduras (2001-2003) y luego en Venezuela. De las que guarda gratos recuerdos de las labores desempeñadas en estos países con carencias médicas.
Cuando cuenta sus vivencias deja relucir lo complicado que fue el trabajo con los profesionales hondureños, pues “para algunos de ellos el valor humano no es tan importante como para nosotros. Algunas veces los pacientes se quedaban sin atención, porque los cirujanos cuando llegaba la hora de irse se iban y nos tocaba asumir muchos casos de urgencia”.
Rememora el día cuando una madre llega a la consulta con su niña de 12 años, desesperada contando que llevaba un año atendiéndola y continuaba empeorando, no podía casi respirar. Le habían diagnosticado un problema en el diafragma; sin embargo; tenía un tumor maligno. La niña fue operada y los resultados fueron satisfactorios.
“En un viaje en ómnibus hacia otra comunidad distante de donde laboraba se montó un señor, casualmente abuelo de aquella niña, que pedía dinero para poder pagar la quimioterapia, sin pensarlo dos veces le entregué lo poco que tenía en el bolsillo. Ese momento me marcó muchísimo”.
Cada día lucha por hacer de su trabajo una obra que parece no tener final. Ha logrado compaginar las dos vocaciones que desde siempre tuvo: ser médico y profesor. Le pone tanto empeño que el estudiantado no ha dudado en otorgarle en varias ocasiones La Tiza de Oro, conferida por la FEU.
“Trasmitir conocimientos a los alumnos, ver cómo se hacen profesionales y, en ocasiones, se vuelven colegas me enorgullece como persona y docente. Al menos me demuestra que estoy haciendo bien el trabajo”.
Este destacado profesional también ha merecido otros disímiles reconocimientos, entre ellos el premio Por la obra de toda la vida, Personalidad de la Salud, el Escudo de la provincia de Holguín, el Sello Forjadores del Futuro, la Distinción Manuel Piti Fajardo.Recientemente, le fue entregado un automóvil, por su consagración y ejemplaridad.
Luego de un día extenso de trabajo llega la hora de descanso, pero Rosell no lo hace, prefiere visitar a sus pacientes cuando llega a casa, a veces en compañía de su esposa que por ser enfermera conoce bien su trabajo.
“Tengo dos hijos, una hembra graduada de ingeniera y un varón, que cursa el onceno grado, se inclina por la Medicina. Estoy feliz por esa familia que he logrado constituir”, confiesa.
Hoy, el hospital que lo ha visto crecer profesionalmente luce de una forma diferente y él también lo está. Rosell se levanta cada día y regala un poquito de esperanza, es el héroe de aquellos a los que devolvió la sonrisa y las ganas de vivir. Deposita su entera disposición al trabajo con las personas que lo necesitan, enseña a otros que en algún momento continuarán su legado. “A pesar del trabajo que he pasado, un posgraduado complejo, las guardias, todo eso ha sido muy provechoso. La cirugía necesita de mucha consagración y eso hay que tenerlo presente. Siempre digo que si volviera a nacer no dudaría en ser médico, cirujano y profesor.”
Fuente: Ahora

2 pensamiento sobre “Manos de seda y corazón de león

  1. carlos proenza fisioterapeuta

    FELICITACIONES PARA TAN ILUSTRE PROFESOR, MUCHOS EXITOS Y BENDRAN SIEMPRE PARA SU VIDA ,

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